Acabo de llegir l'article que el jurista Juan-José López Burniol ha publicat avui al diari La Vanguardia, "El desenlace". Per mi el seu nom va associat a la relació cordial que em consta que va tenir amb Joan Solà, i a la carta en forma de tres breus articles que aquest lingüista li va dedicar, o adreçar, des del diari Avui ara fa exactament cinc anys, recollits amb el número 153 en el seu llibre Plantem cara. Defensa de la llengua, defensa de la terra.
Com tanta altra gent, suposo, penso molt sovint que Joan Solà hauria viscut amb passió --tot, ho vivia amb passió-- el procés polític actual. I em fa l'efecte que l'article que comento li hauria agradat.
(Llegiu-lo, sisplau, directament des de l'enllaç de més amunt. Jo el reprodueixo aquí sota perquè el vull tenir en el blog.)
El desenlace
Juan-José López Burniol | La Vanguardia, 21/09/13
La mañana de la Diada viajé a un pueblo del Pirineo catalán para participar en un acto institucional convocado, a mediodía, en el Ayuntamiento. El taxista que vino a recogerme desde aquel lugar me informó inmediatamente de que su mujer iba a participar en la cadena a la altura de l'Atmetlla de Mar, mientras que su hijo -junto con una chica de Manlleu con la que sale- lo haría en La Jonquera. Pasado el Bruc, nos cruzamos con numerosos autobuses con senyeres y grupos de motoristas con estelades al viento. Paramos en Agramunt a tomar un café en un bar de carretera atestado de gentes alegres, que se dirigían a la costa para participar en la Via Catalana. Predominaba el color amarillo, era general la alegría, continuos los saludos y no escasos los desayunos consistentes. Recordé un artículo de Joan Maragall -L'alçament- escrito hace más de un siglo, al cristalizar la Solidaritat Catalana. ¿Lo recuerdan? "Vine-ho a veure -m'ha dit l'amic-; és una cosa que mai s'ha vist ni potser se tornarà a veure mai més".
Se ha vuelto a ver y, al verlo, sentí aquella emoción que provoca siempre la contemplación de un grupo humano unido pacíficamente en pos de un ideal colectivo que trasciende del interés individual inmediato. Y pensé que esta es la fuerza, soterrada y perenne, de Catalunya: un sentido de comunidad que viene de lejos y que quiere proyectarse al futuro, una voluntad de ser que permanece incólume, pese a todos los avatares, desde la capital hasta el último rincón de la tierra catalana. Al día siguiente de la Diada oí ironizar desde una radio acerca de la gran presencia de niños en la cadena. No advertía quien hablaba que en la presencia de niños y en la de sus abuelos se concreta la fuerza tranquila pero tozuda, frágil en apariencia pero persistente hasta el extremo, de la nación catalana. Antonio Tovar -por ejemplo- lo vio claro cuando escribió -en su necrológica de Carles Riba (1959)- que fue gracias a "la formidable voluntad del pueblo", junto "con una admirable serie de poetas", como "el siglo XIX presenció el resurgimiento (literario) de esta lengua que el pueblo había seguido hablando".
Estoy seguro de que, al igual que Tovar, la mayoría de los españoles pueden llegar a entender -e incluso a admirar- la permanente voluntad de ser de los catalanes. De ahí que más de un 40% de españoles estaría dispuesto a admitir una consulta que permitiese a los catalanes decidir su destino. Es un problema de conocimiento. Pero también tengo por cierto que el grupo asentado sobre el Estado, que lo usufructúa en beneficio propio, es inmune a cualquier apelación racional que implique un reparto de poder, ya que esto lesionaría sus particulares intereses. Este grupo es el que hace que el Gobierno español se enroque en una defensa numantina de una legalidad constitucional literalmente interpretada y se oponga a toda consulta, con olvido de que hoy es inviable la imposición indefinida de cualquier tipo de convivencia forzosa. Además, aunque el presidente Rajoy no pertenezca a este grupo -del que recibe embestidas continuas-, muestra idéntica cerrazón; lo que, en su caso, no es cuestión de intereses ni -tal vez- de conocimiento, sino de aliento, es decir, de falta del empuje preciso para pilotar el cambio -incluido el constitucional- que el agotamiento de la Segunda Restauración exige.
Así las cosas, ¿cuál es el desenlace previsible, habida cuenta de que buena parte de la iniciativa política reside ya en la calle? No habrá consulta "pactada y acordada con el Gobierno central", por lo que al president Mas no le quedará otra salida que la convocatoria -más antes que después- de unas elecciones plebiscitarias a las que Convergència -con o sin Unió-, Esquerra i las CUP concurrirán llevando como primer punto programático la declaración unilateral de independencia. Si el frente independentista gana estas elecciones de forma amplia -como es muy posible-, el Parlament proclamará unilateralmente la independencia de Catalunya, si bien -pienso- sometiendo esta a la condición suspensiva de su ratificación por referéndum del pueblo catalán, para el que se solicitará de nuevo la autorización del Gobierno del Estado. Y, denegada esta otra vez, quedará expedita la internacionalización del conflicto, sin perjuicio de que el Gobierno central pueda suspender la autonomía. En todo caso, se habrá superado con creces el punto de no retorno, por lo que la independencia de Catalunya será inevitable antes o después, abstracción hecha de sus costes.
Sólo la franca aceptación de la consulta por el Gobierno de España podría aún impedir este proceso inexorable. Pero no será así. La clase dirigente española repetirá viejos errores provocados por la ignorancia, consolidados por el egoísmo y sostenidos por la soberbia. Y, cuando llegue la debacle, aún tendrá la desvergüenza de quejarse de un destino que ella ha contribuido más que nadie a forjar. Por ello, antes de que todo esto suceda, quiero dejar constancia expresa de mi repudio, de mi desdén y de mi pena por esta actitud suicida.