Article de Josep Ramoneda a El País.
ANÁLISIS
Sobre el respeto a los demás
El PP quiere convertir a los movimientos sociales en chivo expiatorio para desplazar la atención
JOSEP RAMONEDA Barcelona 27 MAR 2013
Hasta el día de hoy a Mariano Rajoy no le hemos oído ni una sola palabra sobre los abusos de poder —la falta de respeto por excelencia— que los bancos han cometido aprovechándose de la confianza de las personas en los guardianes del dinero, representados por los jefes de sucursal, que, hasta que la crisis les ha puesto en evidencia, gozaban de un predicamento y autoridad sobre los ciudadanos equiparable al de los curas en el pasado.
Ahora hay muchísima gente que se ha sentido engañada en su buena fe, con cláusulas en las hipotecas que el Tribunal Europeo de Justicia ha considerado abusivas. Estas actuaciones bancarias, con manifiesta desconsideración de las personas, son faltas de respeto infinitamente mayores que los gritos de un puñado de manifestantes en la puerta del domicilio de un diputado, en protesta contra estos abusos a los que nuestros dirigentes políticos —a derecha e izquierda— no pusieron nunca coto. Para Rajoy los escraches podrían convertir España “en un país invivible”. ¿En qué país vive el presidente? ¿No se ha enterado todavía de la profunda crisis social que asola a España, como consecuencia de los años nihilistas en que parecía que todo estaba permitido, el poder económico desconocía la noción de límites y el poder político fue incapaz de ponerlos?
El Partido Popular tiene en este momento a tres extesoreros imputados: Ángel Sanchís, Álvaro Lapuerta, y Luis Bárcenas, que con un paréntesis de tres años, controlaron las cuentas del PP desde 1982 hasta 2009. Rajoy sigue con el chantaje de Luis Bárcenas a cuestas. Las malas perspectivas económicas que augura el Banco de España, arruinan el autobombo del PP, que con el paro disparado y en plena recesión, seguía cantando las excelencias de sus propias políticas. La austeridad se está traduciendo ya en la pérdida de calidad de servicios clave como la sanidad. Y el desbarajuste con que se ha gestionado la crisis chipriota, ha puesto el susto en el cuerpo de los ahorradores.
Ante este panorama, el PP quiere convertir a los movimientos sociales en chivo expiatorio, con la esperanza de desplazar la atención y de asustar a los sectores más conservadores. Los dirigentes del Partido Popular, van entrando en escena en aplicación de la consigna. Pero en su exceso de celo se les ha ido la mano.
La PAH es un movimiento que reacciona contra la injusticia flagrante, de modo pacífico, apurando los procedimientos legales, de persuasión y de negociación. No en vano ha resuelto muchos casos concretos negociando la paralización del desahucio. Y ha emprendido el laborioso camino de la iniciativa legislativa popular para canalizar sus reivindicaciones. Comparar sus acciones con la kale borroka es un despropósito. La PAH ni ha utilizado la violencia ni tiene detrás de sí a comandos apuntando con pistolas. Cuando la kale borroka señalaba a una persona equivalía a ponerla en el centro de un blanco de tiro. O sea que comparaciones pocas, porque estas son una falta de respeto.
La discusión en el Parlamento de la iniciativa legislativa popular (ILP) sobre las hipotecas se acerca. El PP sabe que sus enmiendas quedarán muy lejos de la propuesta de la PAH, porque los bancos han dejado muy claras sus líneas rojas. Ha habido grandes abusos de poder —enormes faltas de respeto a las personas, para utilizar la expresión de Rajoy— en las concesiones hipotecarias. Entre la defensa de los ciudadanos frente a los abusos y las pretensiones de la Banca, el gobierno cree que tiene muy poco margen. De modo que solo pretende cambiar algo para que nada cambie. Por eso trata a la PAH como a un enemigo, una amenaza para el orden establecido. Pero el Gobierno sabe que la PAH tiene amplio apoyo ciudadano. Y solo se le ocurren dos vías para minarlo: apelar una vez más al miedo al desorden y confiar en que la gente todavía sea sensible al temor de los bancos. ¿A quién se debe Mariano Rajoy? También es una cuestión de respeto.